Spain vs. Yugoslavia Maçın tamamı

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Lo bonito de un amistoso es que no lo parezca, que se dispute como si de un duelo oficial se tratara; y este partido cumple ese requisito. La retirada de Santillana por “lesión” en la primera parte y su reingreso apenas diez minutos después (para terminar jugando el partido completo y arriesgando cuando faltaban solo siete días para el inicio del Europeo), y la dureza yugoslava en las entradas en falta, atestiguan el compromiso de ambos bandos. En una calurosa y soleada tarde en La Línea de la Concepción, con un Estadio Municipal que rebosaba de hinchas animosos, se encuentran España y Yugoslavia en un partido de entrenamiento para preparar el Campeonato de Europa en el que debutarán apenas una semana después, con disparejos destinos: una, subcampeona; otra, eliminada estrepitosamente en la fase de grupos con cero puntos, diez goles en contra y solamente dos a favor. A priori, la nómina futbolística aporta varios futbolistas de renombre; en España: el imbatible Arkonada, el elegante Maceda, el expeditivo Goikoetxea, el inolvidable Señor, el del duodécimo gol a Malta en aquel icónico partido de diciembre de 1983 (si bien, en este amistoso estuvo muy impreciso), la raza de Camacho, la clase de Gallego, los siete pulmones del blaugrana Víctor, las galopadas de Gordillo, el volador Santillana y el habilidoso Carrasco; en el minuto 66 entró el talento de Sarabia. Por el combinado yugoslavo, otra ristra de astros: el anti-Maradona Tomislav Ivković (dos penaltis le detuvo entre 1988 y 1990), la prestancia del “bético” Hadžibegić (Pepe le llamaban ante lo impronunciable de su apellido), el joven muro Katanec (futuro campeón con la Sampdoria), el incombustible capitán Velimir Zajec (Futbolista yugoslavo del Año en 1979 y en el mismo 1984), el díscolo Mehmed Baždarević (se perdió el Mundial de 1990 por un escupitajo al árbitro turco del partido de clasificación contra Noruega); pero, sobre todo, cuatro fenómenos: la verticalidad incisiva de Zlatko Vujović (regate, velocidad y gol), la zurda mágica e inverosímil de Miloš Šestić, el inmenso talento del inmortal Safet Sušić (toda una delicia a sus veintinueve primaveras: demostró su categoría), y la exquisitez técnica del, posiblemente, mejor futbolista yugoslavo de la historia, Dragan Stojković, que a sus diecinueve añitos deja, en solo una parte del partido, destellos de su bagaje estelar (primer toque, descaro, técnica). Solo por la retahíla de nombres ya merece la pena reposar y disfrutar de hora y media de buen fútbol. Pero, además, el partido lo merece. La primera mitad fue un deleite para la vista debido al excelso fútbol de toque de los balcánicos y algunos retazos brillantes de Gallego y, sobre todo, Carrasco. En la segunda, España apretó los dientes y forzó la máquina, a consecuencia de lo que dispuso de mejores opciones y encerró, por momentos, a los plavi en su área. A Yugoslavia le pesaron los cambios introducidos en el descanso, pero, por momentos, manejó el tempo del partido gracias a la calidad técnica de sus jugadores. España ensayó en este partido, entre otras cosas, el pundonor merced al cual logró ir solventando obstáculos en suelo francés; jamás le perdió la cara al encuentro y de esa semilla acabó naciendo una flor que solo Platini pudo impedir que se coronara por segunda vez campeona de Europa. Lo más sorprendente de todo, no obstante, fue el rendimiento yugoslavo en la Eurocopa, ya que en virtud de lo mostrado en este encuentro, que sufriera estrepitosas derrotas como el 5-0 frente a Dinamarca (que ni por asomo era tan superior) tiene difícil explicación. El partido frente a Francia (derrota por 3-2) mostraba, quizás en mejor medida, su verdadero potencial. En definitiva, fue un partido ante el cual merece la pena entregar una hora y media de nuestro tiempo, pues no parecía un amistoso y la calidad sobre el verde brilló con luz propia.